¿Nos están diciendo toda la verdad sobre la INMIGRACIÓN?

¿Nos están diciendo toda la verdad sobre la INMIGRACIÓN? La INMIGRACIÓN que molesta cuando la cuenta el pueblo

Estamos en julio de 2025 en España, y la palabra INMIGRACIÓN ya no provoca reflexión, sino trincheras. ⚔️ No se pronuncia en voz alta sin esperar una respuesta automática, prefabricada, alineada. No hay espacio para los matices. O la abrazas con fe ciega o la rechazas con ira. Pero ¿y si existiera un tercer espacio? Uno incómodo, lleno de contradicciones, de relatos cruzados, de grises… de personas.

La INMIGRACIÓN no es ni buena ni mala, pero sí es incómoda. Y sobre todo, no es lo que nos cuentan. Porque el relato oficial —ese que baja desde ministerios y medios públicos con tono solemne— deja fuera lo esencial: los matices, los testimonios reales, los conflictos del día a día, las calles que no salen en los reportajes con música de piano. Y es ahí donde empieza esta crónica: entre lo que no se dice, lo que se oculta y lo que se vive.

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“No todo es blanco o negro, hay una escala de grises”

Eso lo dice alguien al principio de un vídeo que parece casero, improvisado, pero que en el fondo revela más verdad que cien telediarios. Porque en el terreno de la INMIGRACIÓN, lo que falta no es ideología sino honestidad. Y la honestidad aparece, paradójicamente, en bocas inesperadas: la de un joven marroquí que se queja de otros marroquíes. Sí, como lo oyen. Lo dice alto y claro: él ha estudiado, trabaja, su padre lleva décadas aportando al sistema… y siente que su imagen se ve manchada por quienes llegan sin intención de respetar nada.

“Nos afecta a todos los marroquíes, y a todos los inmigrantes”, dice con gesto serio. No hay rencor en su tono, hay desilusión. Y, sobre todo, un grito que apenas nadie escucha: el grito de los que cumplen las normas pero pagan por los que no.

“Unos vienen con papeles, otros tiran el DNI al mar”

Luego llega el testimonio de una mujer cubana. Habla con la franqueza de quien ha vivido lo que cuenta, sin filtros ideológicos ni frases huecas. Dice que cuando llegó a España le pidieron de todo: antecedentes penales, papeles, certificados. Lo entregó todo. Cotizó desde el primer día. Pagó impuestos. Siguió las reglas. Y ahora no entiende por qué hay quienes no solo no hacen lo mismo, sino que directamente destruyen su documentación antes de llegar.

“Nosotros pagamos, y otros se lo comen con patatas”, suelta sin rodeos. Y no lo dice desde el odio, sino desde la frustración. Porque la injusticia no siempre viene del color de piel o del idioma, sino de un sistema que trata mejor al que burla la norma que al que la respeta.

Y aquí aparece la paradoja: se criminaliza al que denuncia irregularidades y se aplaude al que llega sin control, en nombre de una supuesta superioridad moral. Pero eso no es amor, ni justicia. Eso es abandono. A los ciudadanos, a los inmigrantes legales, y al propio país.

“37.000 delincuentes indultados y sin reinserción”

Pero vayamos más lejos. Escuchamos a un activista saharaui, Taleb Sahara, dar un dato que debería haber abierto todos los informativos: el rey de Marruecos ha indultado a más de 25.000 delincuentes en cinco años. Y muchos acaban aquí. Repítanlo despacio. Más de 25.000 personas sin programa de reinserción liberadas, cruzando fronteras y recalando en España como si nada. Otros hablan de 37.000. Nadie desmiente. Solo callan.

¿Y qué hace el gobierno ante esto? Nada. Ni control, ni criba, ni información clara. Y cuando un periodista como Vito Quiles lo pregunta, lo acusan de “terrorismo racista”. Así, sin anestesia. Informar es terrorismo. Preguntar es delito. ¿Y quién lanza esta acusación? Una ministra. Tan tranquila en su poltrona, con sueldo público, usando palabras que degradan la gravedad real del terrorismo y banalizan la justicia.

“En una democracia estarías acusado de terrorismo”, le dice al periodista. Y uno se pregunta: ¿En qué democracia? ¿La que oculta cifras mientras reprime preguntas? ¿La que protege al infractor mientras desprecia al cumplidor?

“Si informas, te llaman racista. Si callas, te vuelves cómplice”

“O nos movemos o nos comen”

El clímax emocional llega con una mujer de Torre Pacheco. Una madre cualquiera. Sin siglas ni discursos. Solo la vida vivida. Habla de violaciones, apuñalamientos, de la inseguridad diaria. No busca culpables por etnia, sino por actos. No generaliza, distingue. Pero tiene claro algo: “defiendo lo mío”.

No pide expulsiones masivas ni muros de alambre. Pide justicia. Pide coherencia. Pide seguridad para sus hijas. ¿Eso la convierte en racista? Ella dice que no. Y lo dice entre lágrimas y rabia, pero también con dignidad. “No hay derecho a que peguen a tu abuelo. No hay derecho a que tengamos que callar por miedo a que nos insulten”.

Y en el fondo, lo que pide es algo más sencillo que todas las teorías políticas: poder vivir en paz. Sin que su barrio cambie de noche. Sin que se rían de la ley. Sin que la llamen fascista por querer caminar sin miedo.

“Nos han quitado la libertad, y la libertad no se negocia”

¿Quién decide qué es aceptable y qué no?

Al final, lo que este puñado de testimonios revela es una gran grieta en nuestro relato oficial. Una fractura entre lo que se vive en los barrios y lo que se escribe desde los despachos. Entre lo que ven los ojos y lo que cuentan las bocas institucionales. Porque cuando los ciudadanos recogen los datos que el gobierno oculta, algo está roto.

Y cuando esos ciudadanos hablan —como el joven marroquí, la cubana legal, la madre de Torre Pacheco— lo hacen con una valentía que escuece. Porque lo que incomoda no es la crítica, sino la verdad que no puedes desmontar.

¿Dónde quedan los derechos de los inmigrantes legales frente al silencio cómplice sobre los que delinquen? ¿Dónde queda la libertad de expresión cuando se convierte en “terrorismo” por no seguir la línea oficial? ¿Quién defiende al ciudadano que solo pide orden, justicia y paz?

¿Nos atrevemos a escuchar los matices? ¿O preferimos repetir consignas sin saber qué esconden?


“Si callas, te tragan. Si hablas, te acusan. ¿Y si piensas por ti mismo?”

“La libertad no necesita permiso” (Frase popular)

“Quien no conoce la verdad es un ignorante. Pero quien la conoce y la llama mentira, es un criminal” (Bertolt Brecht)


La INMIGRACIÓN no es un dogma. Es una realidad compleja que no cabe en eslóganes. Y mientras sigamos criminalizando las preguntas en vez de responderlas, seguiremos andando a ciegas… directos al precipicio.

¿O acaso ya hemos saltado y no nos hemos dado cuenta?

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