¿Metallica predijo el futuro del metal con 72 Seasons? La nostalgia retro del metal oculta un plan futurista brillante
Estamos en agosto de 2025, en algún rincón ruidoso y virtual de la galaxia metálica. Metallica ha vuelto a levantar el telón con un álbum que no suena ni a despedida ni a simple repetición: su nombre, «72 Seasons», parece una cifra misteriosa, casi bíblica. ¿Setenta y dos qué? ¿Días? ¿Semanas? No. Años tampoco. Son dieciocho años multiplicados por cuatro estaciones. El cómputo perfecto de una infancia. Y ahí empieza todo.
«72 Seasons» no es un disco. Es un espejo sucio que te devuelve el reflejo de tu yo adolescente, ese que apretaba los puños sin saber bien por qué. James Hetfield lo dice sin rubor: lo que vives hasta los dieciocho define quién eres… o al menos quién finges ser después. El resto de la vida es una pelea a machetazos contra esos fantasmas. Y si alguien lo sabe, es él.

«La infancia no termina, se disfraza»
Contrario a lo que algunos medios sensacionalistas propusieron, este disco no es un experimento de géneros ni una jugada desesperada. Tampoco un estribillo retro de lo que fueron. Es más bien una confesión gritada a través de un muro de distorsión. Un testamento emocional cincelado entre riffs pesados y verdades incómodas. Aquí no hay medias tintas: hay trauma, madurez y ese eterno deseo de reconciliación con uno mismo.
La idea original era titularlo «Lux Æterna», pero Metallica decidió darle al público algo más enigmático. «72 Seasons» suena a acertijo. Y eso es lo que es. Porque el metal, cuando es auténtico, no explica, insinúa. No adoctrina, golpea. No seduce, desgarra.

El metal vintage se disfraza de futuro
Mientras Hetfield cavaba en su pasado, el resto del mundo metálico giraba en un carrusel retro. El crítico Simon Reynolds lo llamó «retromanía», esa obsesión cultural por reciclar su propio ayer. Y el metal —paradójicamente futurista por esencia— cayó rendido a ese embrujo. Porque, seamos francos: el pasado suena mejor cuando el presente chirría.
Así lo entienden bandas como Judas Priest, Saxon o Stryper, que en pleno 2024 suenan como si el milenio nunca hubiera cambiado. Sus nuevos lanzamientos no son homenajes, son retornos voluntarios al útero del sonido clásico, con todo y sus imperfecciones gloriosas. El chirrido del ampli. El platillo desafinado. Esa guitarra sucia que parece haber salido de un garaje y no de un plugin.
Los productores no se quedan atrás. En lugar de buscar la pureza digital, persiguen la «calidez analógica». Un término tan romántico como técnico: saturación, distorsión, compresión natural… el alma de las máquinas viejas. Y como no todos tienen una cinta Studer en casa, los plugins como Vintage Tape y Elektron Analog Heat se han convertido en los nuevos sacerdotes de lo imperfecto.
«El futuro no es limpio, es rugoso y suena a válvulas»

Inteligencia artificial y riffs programados
Pero no todo es nostalgia. En paralelo, el metal está siendo devorado —o tal vez potenciado— por el monstruo de la tecnología. La inteligencia artificial ya no es una herramienta de asistencia; es una compositora, una diseñadora, incluso una vocalista. La banda Frostbite Orckings no tiene miembros humanos. Todo —desde el logo hasta la batería— ha sido generado por algoritmos.
¿El resultado? Un sonido limpio, apabullante, técnicamente impecable… y para muchos, vacío como un abrazo programado. Pero ahí está, funcionando. Vendiendo. Inspirando a otros. Y abriendo un debate que incendia foros y redacciones: ¿Puede una máquina crear metal con alma? ¿Y si el alma no importa cuando el beat está bien calibrado?
Plataformas como MuseNet, Suno o DeepBach generan composiciones con la precisión quirúrgica de un cirujano digital. Algunas de ellas, sorprendentemente humanas. O al menos lo bastante humanas como para engañarnos. El viejo dilema del Frankenstein creativo resucita en cuero negro.
Conciertos en realidad virtual y el retorno de los muertos
La escena en vivo también ha mutado. Ya no necesitas una entrada ni una camiseta sudada para ver a tu banda favorita. Basta con un casco VR. Y listo: estás en primera fila, sin codazos ni cervezas derramadas. Wave VR y Meta Horizon Worlds han convertido los conciertos en viajes inmersivos, donde lo físico es reemplazado por lo emocional.
¿Lo más salvaje? El rescate digital de leyendas fallecidas. Lemmy, de Motörhead, volvió al escenario del Metaverse Music Fest como avatar. Y aunque no era él, tampoco era cualquier cosa. La nostalgia encontró su atajo.
«La muerte ya no es excusa para dejar de girar»
NFTs, cráneos digitales y capitalismo metálico
No podía faltar el lado mercantil de esta mutación: los NFTs. Esos tokens digitales que se compran por lo que representan y no por lo que son. Megadeth lanzó una colección exclusiva, y Ozzy Osbourne se metió al ajo con sus CryptoBatz. Es fácil reírse, pero difícil ignorar que estas piezas generan millones y redefinen la relación entre bandas y fans.
Muchos los odian. Muchos los coleccionan. Algunos los revenden como quien trafica reliquias virtuales. Pero en el fondo, todos entienden lo mismo: la posesión ya no necesita ser física para ser real.
Producción híbrida: el equilibrio perfecto entre válvulas y algoritmos
Productores como Greg Fidelman, el arquitecto detrás de 72 Seasons, han aprendido a mezclar lo mejor de dos mundos: la calidez analógica con la precisión digital. No se trata de elegir, sino de equilibrar. De saber cuándo dejar que el error humano manche la pista y cuándo corregir quirúrgicamente.
Herramientas como Access Analog permiten conectarse a equipos vintage en tiempo real a través de internet. Un Marshall de los ochenta puede usarse desde un cuarto de 10 metros cuadrados en Lima, sin salir de tu pijama. La democratización del sonido nunca había sido tan literal.
El cybermetal y la estética del fin del mundo
Y mientras unos miran atrás, otros se lanzan de cabeza al abismo del mañana. El metal cyberpunk no es solo una estética: es una advertencia musical. Riffs pesados, sintetizadores que escupen futurismo, letras que hablan de sistemas rotos y ciudades imposibles.
Bandas como Voivod ya lo insinuaban en los ochenta, pero ahora el concepto ha mutado en una corriente sólida. Un nuevo lenguaje para un mundo que huele a neón, gasolina quemada y algoritmos que sueñan con guitarras.
«El metal del futuro será tan sucio como el mundo que describe»
Filosofía en distorsión: el eco de 72 Seasons
El concepto de «72 Seasons» va más allá de las guitarras. Es una meditación existencial en clave de distorsión. Hetfield dice que todo lo que somos después de los dieciocho es reacción o imitación de lo vivido antes. Y tiene razón.
Es por eso que el metal, por más futurista que se vuelva, sigue oliendo a adolescencia, a primer dolor, a rebelión sin manual de instrucciones. Lo que cambia es la interfaz, pero el motor es el mismo: esa angustia dulce que convierte la rabia en arte.
¿Y ahora qué?
El metal en 2025 es un organismo de múltiples cabezas. Una serpiente que mira hacia atrás con una cabeza y hacia adelante con otra. Por un lado, la estética vintage sigue seduciendo a una generación que nunca tuvo un walkman. Por otro, la IA y la realidad virtual construyen escenarios imposibles donde hasta los muertos pueden tocar.
«La autenticidad ya no está en el medio, sino en la intención»
Metallica, una vez más, ha sabido navegar esa contradicción. «72 Seasons» es una carta del pasado escrita con tinta digital. Un recordatorio de que lo que importa no es cuán futurista suene una canción, sino cuán humano se sienta su grito.
Y entonces, la pregunta final:
¿Puede el metal sobrevivir al futuro sin perder su alma?
¿O es justamente ese dilema lo que lo mantendrá vivo para siempre?
Originally posted 2025-08-01 08:39:57.
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