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¿Cómo escapé del dogma y me volví un rebelde?

¿Cómo escapé del dogma y me volví un rebelde?

🧠 Descubrí la trampa de la superioridad moral y lo que nos ocultan. Mi historia de transformación, entre la música, la política y la libertad.


De niño, quería ser artista. Siempre soñé con cantar. Me imaginaba en un escenario, bajo las luces, con el público aplaudiendo. Pero la vida tiene maneras extrañas de desviarnos, de llevarnos por caminos que parecen promisorios, hasta que nos damos cuenta de que estamos atrapados.

En la adolescencia, la música quedó en segundo plano. Me atrapó algo que en su momento me pareció mucho más importante: la política. Y no cualquier política, sino esa que promete justicia absoluta, igualdad perfecta y un mundo sin maldad. La izquierda.

Lo creí con todo mi ser. Fui un fanático. Uno de esos que ahora veo por todas partes. Me sentía parte de una causa justa, moralmente superior. Defendía con pasión cada consigna, cada dogma, cada palabra de mis líderes ideológicos. Me creía del lado bueno de la historia. Y con eso venía el desprecio absoluto por el otro bando.

Pero no me di cuenta del daño que hacíamos.


El precio de la superioridad moral

No es fácil aceptar que has sido parte de algo destructivo.

Con el tiempo, vi cosas que no cuadraban. Vi la hipocresía. Vi cómo los que decían luchar por los pobres vivían como ricos. Vi cómo los que predicaban la igualdad usaban la censura contra quienes pensaban diferente. Vi cómo se promovía un odio selectivo, disfrazado de justicia.

Y lo peor: me di cuenta de que no podía decir nada.

Había cosas que se suponía que no debía cuestionar. ¿Por qué las feministas de clase alta hablaban de “opresión” mientras yo, un hombre pobre, tenía que callar mis propias dificultades? ¿Por qué si eras de izquierda, pero discrepabas en algo, te trataban como traidor? ¿Por qué el progresismo se había vuelto tan… rancio, inquisidor, autoritario?

Lo vi. Y me harté.


Harto del wokismo y la censura

Cambié casi a los cincuenta.

Me había tragado todos los dogmas, pero ya no podía ignorar la realidad. Me cansé. De que la ideología de género me redujera a “opresor” solo por ser hombre. De que el “progresismo” moderno solo beneficiara a los ricos que juegan a ser revolucionarios. De que cada conversación fuera un campo minado donde la verdad ya no importaba, solo la corrección política.

Harto de los ricos pijo-progres, que defienden el comunismo desde mansiones con piscina. Harto de que no se pueda hablar libremente. De que si no repites el dogma de la izquierda hollywoodiense, te cancelan, te insultan, te acusan de ser lo peor.

Y aquí estoy ahora. Libre.

¿Cómo es posible que la “izquierda” que decía luchar por la libertad se haya convertido en la inquisición moderna?

Yo fui parte de esa maquinaria. Yo fui de los que atacaban a los que pensaban distinto. Y ahora veo con claridad.

Porque cuando lo cuestionas, te das cuenta de que la verdad no necesita censura.


¿Y ahora qué?

Ahora, soy un rebelde.

No un rebelde de esos que siguen modas políticas y se disfrazan de revolucionarios mientras repiten exactamente lo que dicta el sistema. Soy un rebelde de verdad. Porque cuestiono. Porque pienso por mí mismo. Porque ya no me dejo llevar por lo que se supone que debo creer.

Lo curioso es que, cuando empiezas a hablar con libertad, te das cuenta de que no estás solo.

Hay más gente que despierta. Más gente que ve el engaño. Más gente que, como yo, se cansó de que el progresismo se volviera censura, dogma y control.

Me tomó casi cincuenta años verlo. ¿Tú ya te diste cuenta?

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