¿La JUVENTUD está atrapada en un ciclo sin salida?

¿La JUVENTUD está atrapada en un ciclo sin salida? JUVENTUD retrofuturista entre la rebeldía y la resignación silenciosa

La juventud es un espejismo que se repite en bucle, con distinto disfraz y la misma sed de eternidad. 🌀

Hace tiempo —o quizá hace apenas un suspiro en esta cronología emocional que compartimos como especie— caí en la cuenta de una verdad inquietante: la JUVENTUD, esa etapa idealizada, incomprendida, eternamente fotografiada, parece estar atrapada en un patrón cíclico del que nadie sabe cómo escapar. Lo curioso es que todos hemos estado ahí, todos la hemos sentido nuestra, exclusiva, brillante. Y sin embargo, cuando la miramos desde el otro lado, con arrugas en el entrecejo y cierta nostalgia envuelta en sarcasmo, la reconocemos como un eco… una repetición con distinto hashtag.

“Todo cambia para que todo siga igual”, dijo una vez un príncipe siciliano en una novela polvorienta que pocos jóvenes leerían hoy. Pero esa frase me persigue cada vez que veo cómo la juventud moderna vuelve a cometer, con exquisita puntualidad, los mismos errores que cometieron sus abuelos —solo que ahora con filtros de Instagram, con TikTok como megáfono y una Alexa que no puede responder lo que en realidad necesitan saber.

Pero también…

La ilusión de la rebelión y la eterna mascarada generacional

Lo que más me desconcierta es cómo el impulso de la rebelión juvenil se recicla. Antes eran guitarras eléctricas, cigarrillos mal apagados y murales callejeros. Hoy son NFTs, challenges virales y discursos de 15 segundos que creen cambiar el mundo. Pero en el fondo, todo se parece demasiado. Es un teatro vintage, una tragicomedia con vestuario futurista. ¿Y si en realidad no están cambiando nada, sino repitiendo las coreografías de siempre, pero con una nueva escenografía digital?

Recuerdo un amigo que decía que cada generación cree descubrir el sexo, la poesía y la miseria por primera vez. No hay nada más humano —y más hilarante— que esa arrogancia del que acaba de llegar. Pero también hay algo trágico en esa ceguera repetitiva, como si el tiempo no fuera una línea sino una espiral que siempre regresa al mismo punto de insatisfacción.

Y ahí aparece la búsqueda de placer, ese motor oculto que disfraza la ansiedad de libertad. No se trata solo de fiesta y desenfreno, sino de una necesidad casi desesperada de sentir algo que valga la pena en un mundo que parece cada vez más plano, más ruidoso, más exigente. Es la carrera por el like, por el match, por la notificación que haga sentir que uno existe.

“El placer inmediato es la anestesia más elegante del vacío existencial”.

La dopamina como brújula emocional en la era del clic

Hay algo profundamente irónico en cómo funciona el cerebro joven en tiempos digitales. La dopamina —esa vieja conocida de los neurocientíficos— se convierte en la brújula emocional. Si una acción genera una pequeña descarga de placer, se repite. Y si se repite mucho, se convierte en hábito. Así, las redes sociales han aprendido a diseñarse no solo como herramientas, sino como laboratorios de condicionamiento.

Cada notificación es un premio. Cada «Me gusta» es una caricia. Cada nueva historia vista, una microdosis de olvido. ¿Cómo competir con eso desde la educación, desde la reflexión o desde el diálogo familiar? ¿Cómo pedir paciencia y pensamiento crítico a una mente que ha sido entrenada para recompensarse cada 30 segundos?

Pero también…

El espectador resignado y el pensamiento nihilista como herencia

Hay un momento en que uno deja de ser el actor principal del escenario generacional para convertirse en espectador. Y es ahí donde se empieza a entender el peso de los ciclos humanos. Se observa con cierto escepticismo, incluso con burla, cómo los nuevos jóvenes tropiezan con piedras que ya tienen nombre y apellidos. Lo que antes nos parecía lucha, ahora parece capricho. Lo que antes fue valentía, ahora parece postureo.

Es entonces cuando muchos adultos se refugian en el pensamiento nihilista, ese susurro venenoso que dice: “la humanidad no tiene arreglo”. Una frase que suena amarga, pero también cómoda, porque exime de responsabilidad. Porque uno puede entonces declararse víctima del sistema, del tiempo, del karma generacional.

Pero también…

Inteligencia artificial y la posibilidad de romper el bucle

Y aquí entra en escena una contradicción hermosa: mientras todo parece condenado a repetirse, emergen tecnologías que, en teoría, podrían ayudarnos a salir de esta espiral. La inteligencia artificial, por ejemplo, empieza a ser capaz de predecir comportamientos generacionales. Analiza datos, anticipa reacciones, construye mapas de decisiones antes de que ocurran.

¿Podríamos usar estas herramientas para evitar que las nuevas generaciones cometan los mismos errores? ¿O acaso las programamos con nuestros mismos prejuicios, nuestros mismos miedos, nuestras mismas limitaciones? Si el algoritmo es entrenado con la historia humana, ¿no acabará imitando sus fracasos?

Y si se crea una IA capaz de entender a la juventud mejor que los propios padres, ¿qué pasa con el diálogo? ¿Se convertirá el algoritmo en el nuevo consejero espiritual?

Pero también…

Nostalgia vintage y el consuelo retro de una generación digital

Hay algo poéticamente contradictorio en el hecho de que los jóvenes más hiperconectados de la historia sientan una atracción enfermiza por lo retro. Es como si el alma buscara refugio en la estética de los 80, en la música de los 90, en los videojuegos pixelados. No porque lo vivieran, sino porque lo imaginan como un tiempo más simple, más cálido, más humano.

TikTok, Spotify, Instagram… todos están llenos de filtros analógicos, de canciones antiguas, de estética VHS. ¿No es eso también una forma de decadencia social? Una especie de huida emocional hacia un pasado idealizado donde todo parecía tener más sentido. Y al mismo tiempo, una reinterpretación crítica del pasado, que permite a los jóvenes construir nuevas narrativas, más libres, más conscientes, menos obedientes.

“La nostalgia es el arte de embellecer las heridas con luces de neón”.

¿Una nueva juventud o la misma de siempre con otro disfraz?

Quizá la verdadera ruptura no se dé en los discursos, sino en las prácticas silenciosas. En los jóvenes que deciden usar la tecnología no para escapar, sino para crear. En los que fundan plataformas para transformar residuos, conectar emprendedores o diseñar educación con sentido. Ellos no aparecen en los memes, pero están ahí. Son la minoría ruidosa que aún cree que el mundo no está perdido del todo.

Quizá lo retro no sea una moda, sino un punto de apoyo para mirar hacia adelante sin vértigo. Quizá la IA no sea el fin del pensamiento humano, sino su espejo más incómodo. Quizá el ciclo no se rompa con gritos, sino con pequeñas acciones sostenidas, fuera del foco, lejos del algoritmo.

Y sí, puede que todo vuelva a empezar. Que los nuevos jóvenes repitan los errores, que crean haber inventado la pólvora, que se burlen de los viejos sin saber que están viendo su propio reflejo con menos canas. Pero en algún lugar del caos, alguien entenderá la broma y se reirá con ternura.

“La juventud no es una etapa. Es una metáfora de la esperanza.”

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

“La historia se repite. La primera vez como tragedia, la segunda como comedia.” (Karl Marx)

La JUVENTUD, entre la crítica futurista y el teatro del déjà vu

Romper los ciclos no es negar el pasado, sino reescribirlo con nuevas herramientas

¿Y si el problema no es la juventud, sino lo que hacemos con ella cuando ya la hemos perdido?

¿Podremos alguna vez, como sociedad, mirar a la juventud sin tratar de salvarla o corregirla, simplemente acompañándola a encontrar su propio ritmo, su propia música, su propio error necesario?

La respuesta, tal vez, no la tenga ni la IA. Tal vez esté escondida en algún rincón del cerebro de un joven que, por un instante, decida apagar su pantalla… y pensar.

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