Pinochet y Maduro: La Urna de la Desesperación y el Fraude
Las urnas han sido, desde siempre, el símbolo de la democracia, el lugar donde se reflejan las decisiones y aspiraciones de un pueblo. Sin embargo, en ocasiones, estas urnas se transforman en instrumentos de poder y manipulación, herramientas al servicio de los dictadores. La historia nos brinda ejemplos patéticos y aterradores de cómo la ambición y el miedo pueden desvirtuar el verdadero sentido de una elección.
La Elección de la Desesperanza
Pinochet no podía creerlo. Durante ocho largos años, había preparado una elección para sostenerse con algo más que el terror que infundía. La trama era patética: los comandantes de las fuerzas armadas designarían a un candidato, y la gente decidiría sobre su idoneidad para un periodo de ocho años. No había rival, solo un SÍ o un NO. Pinochet, en un inicio, no estaba en la lista. Se suponía que era un acuerdo de transición y que el “candidato” sería un civil. Pero la ambición de Pinochet no tenía límites. “Si soy el mejor y el más fuerte, ¿por qué no puedo ser el comandante en jefe?”, pensó. Así, sus subordinados, los supremos militares, lo escogieron como candidato un mes y medio antes del plebiscito. La confianza era su signo, y los aduladores serían su sino. Es inevitable que los dictadores se alejen de la realidad, rodeados de noticias huecas y cortesanos aduladores, muchos terminan en manos de pitonisas, buscando los provechos del más allá.
Un Fraude que No Puede Ocultarse
En el otro extremo de la América Latina, otro dictador enfrentaba su propia versión de la urna del terror. Nicolás Maduro, en Venezuela, se encontraba en una situación similar. “Esto no se va a quedar así”, dice Anny Luces en El País de España, una enfermera que vive de ser niñera porque se cansó de recibir el bajo sueldo que le pagaban en el hospital donde trabajaba en Venezuela. Este sentimiento de desesperanza y cansancio era compartido por dos terceras partes de los venezolanos que, según todas las indicaciones, votaron en contra de Nicolás Maduro y a favor de Edmundo González, candidato apoyado por María Corina Machado, la líder opositora cuya candidatura presidencial fue inhabilitada con cualquier excusa por el gobierno de Maduro. Un fraude de esa magnitud es imposible de ocultar.
La Ridiculez Argumentativa de Gustavo Bolívar
A esta situación se suma la ofensiva ligereza intelectual de Gustavo Bolívar. En tan solo dos publicaciones de su cuenta de X, el director del Departamento de Prosperidad Social mostró el problema de informarse únicamente a través de influenciadores. Su ridiculez argumentativa no sería importante si no se tratara de uno de los rostros más visibles del petrismo, que a pesar de haber sido humillado en las elecciones de Bogotá, todavía se considera presidenciable. Bolívar parece olvidar que la prudencia no puede llegar hasta la complicidad con la tiranía. En el ajedrez que está jugando el mandatario con Venezuela, debe quedar claro que Colombia no avalará lavarle la cara a un fraude evidente y a un gobierno autoritario y violento en sus formas.
¿La Ficción Supera a la Realidad?
El panorama se vuelve aún más oscuro cuando se revisa la literatura que refleja estas realidades. Mario Mendoza, en su libro “Los vagabundos de Dios”, nos sacude las entrañas y nos hace cuestionar nuestra cordura. ¿Ficción? ¿Realidad? ¿Estamos todos tan locos? ¿El odio y la venganza son los motores de la salvación y el renacer? Este libro es una metáfora potente de la situación política de nuestros tiempos, donde la línea entre la realidad y la ficción se difumina peligrosamente.
La urna, símbolo de la democracia, se convierte en la urna de la desesperación bajo el yugo de los dictadores. Desde Pinochet hasta Maduro, la historia nos muestra que el fraude y la manipulación siempre están al acecho. La prudencia y la justicia deben prevalecer para evitar que la ficción de la tiranía se convierta en nuestra realidad cotidiana. ¿Hasta cuándo permitiremos que la ambición y el miedo dicten el curso de nuestras democracias?
La historia está llena de lecciones. Es nuestro deber aprender de ellas para no repetir los errores del pasado. La urna debe volver a ser el símbolo de la esperanza, no de la desesperación.
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