La gran pantomima del empleo en España: ¿éxito histórico o ilusión óptica? El maquillaje estadístico del paro español que oculta la precariedad real
Estamos en 2025, en España, y el país entero parece vivir en una paradoja laboral que raya lo absurdo. El Gobierno presume de récords históricos con más de 22 millones de ocupados, titulares brillantes que recorren telediarios y comparecencias parlamentarias. Pero tras esas cifras maquilladas se esconde un escenario muy distinto, un teatro donde abundan los trucos de prestidigitador y donde la obra principal lleva por título el maquillaje estadístico del empleo.
El truco maestro se llama contrato fijo discontinuo. Una figura resucitada en 2022 por la reforma laboral de Yolanda Díaz que hoy se ha multiplicado por cuatro y ha creado una legión de trabajadores invisibles. No trabajan, cobran prestaciones, buscan empleo, pero no aparecen en las estadísticas oficiales de paro. Es como si alguien hubiera borrado de un plumazo a cientos de miles de personas del mapa del desempleo. Marcel Proust habría sonreído con sorna: aquí no hablamos de recuperar el tiempo perdido, sino de contabilizar como ganado el tiempo vacío.
Los fijos discontinuos: empleados fantasmas del siglo XXI
La escena es grotesca: más de 655.000 personas atrapadas en contratos fijos discontinuos permanecen inactivas, una cifra que llega a superar las 812.665 almas según la USO. Trabajadores que, sobre el papel, siguen vinculados a una empresa, aunque esa empresa no les dé trabajo durante meses. Una suerte de limbo laboral en el que nadie sabe si están empleados, parados o, sencillamente, desaparecidos.
En cualquier bar de barrio basta con escuchar a camareros y temporeros contar sus idas y venidas de contratos que se activan y desactivan como interruptores. La rotación lo dice todo: cada nuevo empleo ha requerido 33 contratos en los últimos años. La música laboral suena como una partitura de sillas que nunca se detienen. Se entra, se sale, se repite, y al final el contrato estable se convierte en un unicornio.
“El paro oficial baja, pero la realidad sube”, se escucha como eco incómodo en los análisis de FEDEA. Y es que el 88% de la supuesta mejora desde 2019 responde únicamente a este cambio de cómputo, no a creación real de empleo.
La alquimia estadística: de parado a ocupado con un clic
La alquimia de los números roza lo perverso. En agosto de 2024, España declaraba 2,572,000 parados. Pero si uno suma los invisibles, el paro efectivo trepa hasta 3,354,000 personas. Son 782.000 desaparecidos estadísticos, uno de cada cuatro desempleados reales que simplemente dejaron de contar.
El mecanismo es tan simple como cínico: basta con mantener el contrato en vigor aunque el trabajador no tenga horas asignadas ni salario que llevar a casa. Así, no se contabiliza como parado y la estadística sonríe, aunque el frigorífico en su casa siga vacío.
La precariedad que no se ve
Los datos son contundentes: menos del 40% de los contratos actuales son indefinidos a tiempo completo. Lo demás se reparte entre la parcialidad y la temporalidad, un cóctel que sabe a salarios bajos y vidas a medio gas.
Los jóvenes, como siempre, pagan la factura más alta. El 61,7% de los empleados de entre 16 y 19 años trabaja con contratos temporales y el 65,9% lo hace a tiempo parcial, ganando un 35% menos que la media. En esas condiciones, ¿quién puede pensar en emanciparse o en construir un proyecto vital?
No sorprende que haya surgido un fenómeno paralelo: el pluriempleo encubierto. El teletrabajo facilita combinar dos, tres o más empleos precarios al mismo tiempo. Una especie de economía sumergida legalizada, donde la gente se convierte en equilibristas malpagados para alcanzar un sueldo digno.
“Trabajar ya no significa vivir, solo sobrevivir”, podría ser la frase que resuma esta época.
El absentismo como síntoma de un mal mayor
Y mientras unos encadenan contratos, otros directamente dejan de aparecer. El absentismo laboral en España se ha convertido en epidemia silenciosa. En 2024 alcanzó el 7,4% de las horas pactadas, lo que equivale a 1,25 millones de personas que no acuden al trabajo cada día.
Las bajas por salud mental se han disparado un 111% en cinco años, y el coste supera los 30.000 millones de euros anuales. Más que un problema médico, parece un grito colectivo contra un sistema laboral que desgasta y desanima. En palabras de un refrán que no pierde vigencia: “El trabajo mal pagado, ni agradecido ni duradero”.
Tecnología: ¿tabla de salvación o sentencia definitiva?
Mientras el presente se disfraza con maquillaje estadístico, el futuro se escribe en lenguaje binario. Según McKinsey, casi la mitad de los empleos en España podrían ser sustituidos por robots. Y aunque solo un 5,9% es totalmente automatizable, el 27,4% de los trabajos ya está en riesgo.
El Foro Económico Mundial predice que en la próxima década se crearán 170 millones de empleos nuevos y se destruirán 92 millones. El balance será positivo, pero con una condición: el 54% de los trabajadores necesitará reciclarse.
Y ahí surge otra paradoja española: ¿cómo pedir a un camarero con tres empleos precarios que invierta tiempo y dinero en formarse en inteligencia artificial?
Una vuelta vintage al trabajo del pasado
El panorama laboral español tiene un regusto vintage. Los fijos discontinuos no son más que la reedición de esquemas agrícolas preindustriales: trabajo cuando hay temporada, paro disfrazado el resto del año. Es como si hubiéramos decidido enfrentar el siglo XXI con las herramientas del XVIII, pero envueltas en papel futurista de “empleo estable”.
La paradoja es deliciosa: mientras las máquinas aprenden a programar código, los humanos volvemos a las lógicas de la siega y la vendimia.
Entre la utopía y la distopía
El horizonte se mueve entre dos polos. Por un lado, la promesa de liberarnos de tareas repetitivas gracias a la automatización. Por otro, el riesgo de crear una brecha insalvable entre quienes dominan la tecnología y quienes quedan fuera.
La transparencia estadística se vuelve aquí un imperativo. Porque de poco sirve presumir de cifras si el futuro cercano amenaza con desbordarlas. La inteligencia artificial no entiende de maquillajes estadísticos, ni de contratos que se encienden y se apagan como luces de feria.
El futuro inmediato: híbrido, digital y frágil
El futuro del empleo en España se juega en tres cartas: digitalización, flexibilidad y lo que algunos llaman naturalidad del trabajo. Modelos híbridos, teletrabajo, plataformas digitales que abren oportunidades y a la vez precarizan más que nunca. La frontera entre lo presencial y lo remoto, entre lo humano y lo automatizado, se difumina cada día.
Los nuevos empleos existen, sí, pero también nuevas trampas. El maquillaje de hoy podría ser la pesadilla de mañana si no se acompaña de inversión en formación real y políticas capaces de frenar la precariedad estructural.
“La realidad siempre acaba imponiéndose”, resuena como advertencia inevitable.
Quizás el gran aprendizaje de esta década sea que la estabilidad laboral nunca fue la norma, sino un paréntesis histórico. Lo verdaderamente decisivo ahora es si España será capaz de afrontar la transformación con honestidad o seguirá confiando en trucos de ilusionista.
La pregunta queda abierta: cuando el maquillaje se derrita bajo el calor de la realidad, ¿qué quedará del supuesto éxito laboral español?
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