Mario Vargas Llosa no escribió novelas escribió trincheras de papel

Mario Vargas Llosa no escribió novelas escribió trincheras de papel ¿Puede una novela ser más peligrosa que una bomba?

Mario Vargas Llosa me enseñó que una frase bien escrita puede arruinarte la vida. Literalmente. No por mala, no por cursi, no por pretenciosa. Al contrario: por ser demasiado buena. Por decir la verdad. Por decirla sin pedir perdón, sin atenuantes, sin el colchón de los eufemismos. Una novela puede ser un puñetazo con guante de terciopelo. Y Vargas Llosa lo sabía tan bien, que convirtió cada una de sus obras en un campo minado.

Es curioso, porque a simple vista todo parecía encajar en el molde del intelectual intachable. Premio Nobel, escritor de culto, figura pública. Pero detrás de ese barniz de éxito y celebridad, había un hombre que escupía sangre cuando escribía. No por dramatismo, sino por necesidad vital. En cada página de «La ciudad y los perros», en cada párrafo de «Conversación en La Catedral», hay un rugido, una rabia, un grito contenido. No escribía novelas. Escribía manifiestos. Y no de los que se gritan en las plazas. De los que se infiltran en la conciencia.

Como se explica en este análisis apasionado, el Vargas Llosa novelista fue un francotirador del lenguaje. Nada de relatos amables para pasar el rato. Nada de lirismo decorativo. Nada de eso. “El que no corre, vuela, y el que escribe, sangra”, parecía decirnos en cada línea. Y si había que traicionar a sus héroes, lo hacía. Si había que dinamitar la imagen romántica de Latinoamérica, lo hacía. Si había que ensuciarse las manos con personajes desagradables, sin redención, lo hacía. Siempre lo hacía. Y lo hacía con una convicción que a veces daba miedo.

Origen: MARIO VARGAS LLOSA No Escribió Novelas, Escribió Manifiestos Con Sangre – DIARIO + LIBROS ONLINE

El novelista que se vengó del mundo con palabras

A mí me pasó con “La fiesta del Chivo”. La primera vez que lo leí, cerré el libro y me quedé mirando la pared. No me apetecía cenar, ni hablar, ni vivir en el mismo planeta que Trujillo. Nunca un dictador fue tan palpable, tan asquerosamente humano. Vargas Llosa no lo condenaba con el látigo del moralista, sino con la cámara del forense. Lo abría en canal. Nos obligaba a mirar. A soportar el olor. A admitir, con horror, que entendíamos cómo funcionaba su mente. Que hasta podíamos anticipar sus actos.

Eso no lo consigue un escritor cómodo. Ni uno neutral. Eso lo consigue alguien que está en guerra. Pero también alguien que escribe con la lucidez de quien ha visto demasiado. Que ha leído demasiado. Que ha vivido lo suficiente como para saber que la novela no está para agradar. Está para incomodar, para provocar, para destruir ilusiones infantiles.

“Conversación en La Catedral” es la prueba más clara. Una novela densa, caótica, brillante, brutal. Una novela que es en sí misma una resaca. ¿En qué momento se jodió el Perú?, preguntan los personajes. Pero lo que realmente se preguntan es: ¿en qué momento nos jodimos todos? Porque eso hace Vargas Llosa. Te habla del Perú, pero te está hablando de tu país, de tu barrio, de tu casa. No hay escapatoria. La corrupción no es un fenómeno lejano. Es un espejo.

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El amor según Vargas Llosa no es para pusilánimes

Se suele decir que Mario fue un escritor político. Pero eso es una reducción absurda. Fue, por encima de todo, un escritor profundamente humano. Y no de la humanidad de manual, sino de la humanidad contradictoria, incómoda, egoísta, patética, pero también luminosa, heroica, y capaz de ternura cuando ya no se la espera. El amor, para él, era una lucha cuerpo a cuerpo, no un vals de salón. Lo dejó claro en “Travesuras de la niña mala”. Allí el deseo es un campo de batalla. Nadie sale ileso. Ni siquiera el lector.

Y eso también es una forma de compromiso. Porque escribir sobre el amor, cuando todo el mundo espera que hables de revoluciones (él sí usaba esa palabra, cuando todavía se podía decir), es una forma de rebeldía. Amar, en los tiempos de la consigna, era un acto político más radical que quemar banderas. Y Vargas Llosa lo hizo, con descaro, con humor, con dolor, con todas las letras.

“La literatura es fuego”, dijo alguna vez. Y él escribió como quien lo sabe. No se dedicó a construir personajes amables. Hizo lo contrario: les quitó el maquillaje. Los dejó en carne viva. Y si eso incomodaba, tanto mejor. Es lo que hace la buena literatura. No te acaricia, te abofetea con elegancia.

Sus novelas eran dinamita envuelta en papel couché

Los críticos lo admiraban, claro. Pero muchos también lo temían. ¿Quién se atreve a publicar novelas tan largas, tan densas, tan exigentes, en una época que solo quiere stories de 15 segundos? Pues él. Sin pedir permiso. Sin bajar el nivel. Sin hacer concesiones. Cada libro suyo es un reto. Pero también una invitación. “Ven, lector, si te atreves. Aquí no vas a descansar”.

Y esa es quizás la gran lección que dejó: la literatura no tiene por qué ser fácil. Ni amable. Ni políticamente correcta (aunque él, ya en sus últimos años, confundiera eso con otras cosas). Lo importante es que nunca escribió para agradar. Ni a sus amigos, ni a sus enemigos, ni a su propio ego. Escribió porque no podía hacer otra cosa. Porque sabía que alguien tenía que decir lo que nadie más quería o podía decir.

Un escritor incómodo en un mundo cómodo

El tiempo lo convirtió en estatua, pero sus libros siguen siendo cuchillos. Y eso es lo que importa. Porque todo lo demás –el Nobel, las polémicas, las peleas familiares, los escándalos amorosos, las posturas ideológicas– es accesorio. Lo esencial está en las páginas. Y allí, sí, allí arde todo.

Hoy es fácil subirse al carro de la indignación. Es fácil escribir tuits, hacer videos, dar lecciones desde un pedestal moral. Pero escribir una novela como “La guerra del fin del mundo”, eso no es fácil. Eso es meterse en el barro, en la historia, en las contradicciones. Escribir contra el simplismo. Contra la consigna. Contra la mentira cómoda.

Por eso hay que leer a Vargas Llosa. No para adorarlo. No para repetirlo. Para enfrentarlo. Para discutir con él. Para desafiarlo. Porque eso es lo que él hacía con sus lectores: los desafiaba. Y en ese pulso, en ese combate íntimo entre autor y lector, está la verdad de la literatura.

“Sus novelas no piden permiso. Exigen lealtad o traición.”

“Leerlo no es fácil. Pero tampoco es fácil olvidar lo que te hizo sentir.”

“Vargas Llosa no escribía para el futuro. Escribía para que el presente no se pudriera.”

“No hay mejor crítica a una época que una gran novela.” (García Márquez)

“No se escribe para ganar amigos, sino para encontrar la verdad.” (Parafraseando a Flaubert)


¿Y tú? ¿Te atreverías a volver a leerlo, sabiendo que no vas a salir ileso?

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